Cuando el mundo era joven, se llenaban nuestra estantería del famoso turrón de chocolate con almendras. Adviento tras adviento, adquiríamos numerosas tabletas que tupían las baldas de madera, finas y de diseño bastante malo.
Éramos cinco en casa. Celebrábamos el nacimiento de Cristo, algunos años nevó, y para el 6 o 7 de enero nos habíamos terminado el turrón.
Ahora alguien sigue comprando ingentes cantidades cada navidad y colocándolo en la misma alacena, pero algunos de los que aquí éramos han crecido, trabajan, engordan, y no se lo comen.
Y por eso, ahora, en pleno Julio, en la misma estantería, hay un simpático negrito, con su sable, degollando y derritiendo la felicidad de aquellos días de Sabú.
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