Llegué como media hora antes de lo que habíamos pactado. Ella, antes todavía.
Media hora, o mucho tiempo más, se nos fue en conversaciones prórroga de aquellas que habíamos venido teniendo desde hacía tiempo.
Y realmente, cumplimos los plazos.
Era verano, el cielo brillaba de azul, el polvo del suelo brillaba dorado, y nuestra parada de bus brillaba de verde.
La moto resplandecía roja, ni lejos ni cerca, recordándome que no podría estar allí para siempre.
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